El siguiente
artículo, tomado de la Revista UNO
MISMO, aunque escrito hace varas décadas, creo que muestra un tema que en
nuestro país es todavía actual. Me gustaría escuchar sus opiniones.
Gunder Andersson
Rev. UNO MISMO. 1994. No.138
El nuevo hombre no está pasando por un momento fácil. Siente
que su rol es radicalmente distinto del que tuvieron sus antepasados, lo cual
es una carga. Nunca se ha visto a John Wayne sentado con una mamila o al
Padrino empujando un cochecito.
Jamás se vio a un samurai cambiando pañales sucios. Por otro lado, el hombre
actual no tiene que pelear con una
espada, ni abrirse la panza por alguna cuestión insignificante, lo cual es una ventaja. Aún hoy vemos películas norteamericanas donde la
cara del marido se pone violeta ante la posibilidad de que
su esposa consiga un empleo. Tener una esposa que trabaje es una amenaza para
su estatus. Sin embarga, ha habido
cambios.
Durante las últimas décadas, el
hombre ha estado bajo la lupa como nunca antes. Su carácter y su comportamiento han
sido cuestionados de todas las maneras imaginables. No ha salido ileso de este
martirio.
En la década del noventa, ha llegado a ser mas
imperfecto que en toda la historia de la especie. No ayuda mucho para mejorar la
situación que este tan frecuentemente expuesto al mensaje de la igualdad entre
los sexos. Pone la ropa en
el ciclo incorrecto del lavarropas y
mezcla telas que no se deberían
mezclar. Si limpia la casa, se le
señalará que esta haciendo las cosas
de manera equivocada. Sólo porque haya acompañado a su esposa a la sala de partos, eso no significa que vaya a tener la última palabra en
el momento de decidir qué vestimenta
debería usar su hijo para ir a la
guardería.
El hombre de
los noventa tiene que aceptar que se le esté tomando examen de varias maneras,
día tras día, hora tras hora. Y es mas común que reciba un aplazo y no una
medalla de oro.
En cierto
sentido, las cosas eran mas fáciles cuando el marido empuñaba el martillo y la
esposa la esponja de lavar platos, y sólo se encontraban en la cama. No estoy
diciendo que fuese más justo, pero
probablemente era más simple. Cada uno sabía cuál era su respectivo rol.
Hoy, un hombre que blande un martillo puede dar por seguro que será
criticado si el clavo queda torcido. El abuelo nunca tuvo que pasar por ésto.
Además, es posible que también tenga que usar la esponja de lavar platos.
Mensajes contradictorios
Obviamente, esto es algo exagerado, pero han pasado tantas cosas que la
identidad del nuevo hombre argentino se ha desdibujado cada vez más. Desde una perspectiva
machista es un tonto y un imbécil, porque casi no hay ningún
código socialmente aceptado que le permita mostrar su masculinidad. A los ojos
de un árabe es un esclavo.
Helo allí sentado, mirando El Padrino en TV, ni maravillado por
esos italianos que pueden hacer cualquier cosa sin pedir permiso a sus mujeres.
Si viaja como turista por el Caribe, México o
Grecia observará boquiabierto como todos esos hombres pueden sentarse en la taberna, la
cervecería o el pub, aparentemente
sin siquiera pensar en el cuidado de los chicos o las manchas de grasa de la alacena. Quizás sienta un poco de envidia.
Agreguemos a esto que los mensajes han sido a veces bastante
contradictorios. Por un lado se les pide, tanto al hombre como a la mujer, que sean
justos e igualitarios, compartiendo todo
equitativamente; que creen zonas "libres de acoso" en la oficina y que no se
miren mutua mente con el sexo en la
cabeza o como meros objetos sexuales. Un puritanismo y una ausencia de sensualidad
tan grandes
habrían hecho enrojecer de vergüenza extinta reina Victoria, a causa de la falta de imaginación
represiva que denotan.
Por otro lado, nuestra sociedad esta obsesionada con el sexo más que nunca. La
publicidad, las revistas y la TV , las modas, las columnas de las
celebridades y el chisme de la farándula y de los altos funcionarios públicos están empapados de sexo.
Puede que no haya sido tan bueno que en los viejos tiempos algunos
caballeros creyeran que tenían el derecho de palmear los traseros de todas las
chicas que pasaban
por ahí. Pero, ¿estamos
mejor con la hipocresía lasciva desarrollada como resultado de los mandamientos morales, esas miradas
de secreta complicidad que se intercambian los hombres cuando localizan lindos culos y tetas?
La sensualidad y la atracción naturales han pasado clandestinidad.
Cuando de ver a una mujer como a un ser sexual se trata, los argentinos andan por ahí guiñándose el ojo de manera conspirativa,
como si fueran luchadores de la resistencia contra alguna dictadura.
También es un poco frustrante que se les diga que Al Pacino,
Robert De Niro y Sylvester Stallone son hombres más excitantes que hay, mientras se les
pide sean
exactamente lo opuesto.
El rol masculino solía
implicar responsabilidades y tareas bien delimitadas. Se daba por sentado que
el hombre era el más fuerte de la pareja y se esperaba que actuase en
consecuencia. No siempre era fácil, pero las condiciones eran claras. Hacia lo
mejor que podía.
Se vuelve más complicado
cuando el marido debe tener una profesión y ganar dinero, a la par que se le exige que sea más
padre de familia que nunca. De su esposa se espera que trabaje y, con suerte, siga una carrera, pero sin dejar de ser a la vez tan madre como siempre.
¡Con razón la institución del matrimonio está en crisis!
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